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Tan ensimismado estaba Benjamín en sus pensamientos que no apreció que Carroña, por orden de Milona, lo acechaba volando muy alto, lo suficiente para que su sórdido batir de alar carroñeras no fuera escuchado por el fino oído del chico.

Buitre sobrevolando

Capítulo 6 – Los Siete Poderes

Milona había abroncado telepáticamente al buitre cuando supo de su fracaso en acabar con el muchacho, así que ahora la bestia se encontraba mucho más decidida aún a terminar con la vida del mocoso, no sólo por perversidad, sino por mera supervivencia. ¡Cuando Milona se enfadaba era muy, muy peligrosa!

Benjamín consultó de nuevo el mapa; según le parecía, debía estar ya muy próximo al lugar donde se encontraba el segundo amuleto, pero, como la vez anterior, sólo veía un pedregal con algunos retazos de maleza, casi un desierto con el sol ya afortunadamente declinando. Recordando cómo consiguió hacer aparecer el primer talismán, cerró los ojos con fuerza y pensó en aquel extraño cuenco con inscripciones exteriores de rara armonía aunque ininteligibles. Al abrir los párpados allí estaba, en efecto, a escasas yardas de donde el joven montaba a Reverte. Descabalgó y se acercó a aquella especie de plato hondo, mientras barruntaba qué debería hacer esta vez para conseguirlo; no se le ocurría nada. Estaba claro que ahora ya no serviría el truco del casco; algo en su interior le decía que cada amuleto debía ser conseguido de una forma diferente. Pero, ¿cómo? Examinó más de cerca el cuenco: las inscripciones exteriores eran exactamente iguales que las que tenía en el mapa, una especie de signos cabalísticos cuya comprensión se le escapaba. Benjamín pensó que tal vez esos signos le dieran la clave para conseguir el amuleto, y se tumbó en el suelo, a pocas pulgadas del plato, para verlos con mayor claridad. Se podía ver, entre otros símbolos que desconocía, al menos dos que sí le eran familiares: uno era algo parecido al propio cuenco, lógicamente a una escala muy reducida con respecto al original; otro era una mano, que se repetía varias veces, y siempre suspendida sobre el utensilio pintado, con la palma abierta hacia abajo. ¿Y si… ? Benjamín decidió arriesgarse: era la única idea que tenía, la única pista que proporcionaba el cuenco, así que, colocándose de rodillas frente a aquel plato hondo, colocó su mano diestra suspendida sobre el mismo y aguantó la respiración. Ahora, o bien moriría por el poder del amuleto, si se equivocaba, o lo conseguiría.

Pasaron algunos segundos sin que sucediera nada. Ya estaba a punto de retirar la mano, pensando que había errado y, con ello, peligraba su vida, cuando el cuenco, levantándose por sí mismo de la peña a la que estaba fijado, se aproximó a la mano de Benjamín. Al tocarla, se produjo como un chispazo y el plato se desplazó a una yarda del chico, mientras cesaban los ruidos naturales del entorno y la ya conocida voz de ultratumba tronaba:

–Quien me ha conseguido tendrá el Poder del Agua si reúne los otros cinco amuletos del Poder.

Y, al tiempo, como si hubiera una única nube sobre el cuenco, comenzó a llover copiosamente sobre éste, en una cantidad torrencial que debería haberlo colmado enseguida. Sin embargo, el plato mantenía un nivel de agua estable, con poco más de la mitad de su cabida. Maravillado, Benjamín probó a hacer como con el talismán del fuego, y echó a andar hacia Reverte. El cuenco, en efecto, lo siguió a una distancia de una yarda, junto a la brasa ardiendo que ya era inseparable del chico.

Desde los cielos, Carroña lo contemplaba todo con desaprobación. Había conseguido el segundo amuleto, el Poder del Agua, y aquélla era una mala noticia para su ama y también para el buitre. Decidió que jugaría sucio, como por lo demás era habitual en él. De su pico torcido y repugnante surgió un graznido, como un conjuro en un lenguaje obsceno, y el torvo buitre de tamaño gigante se convirtió, como por un ensalmo, en una paloma con la apariencia de tener herida un ala. La falsa paloma descendió al punto cerca de donde Benjamín se disponía a montar a Reverte. El chico se dio cuenta enseguida del animal herido; como desde pequeño había sido muy aficionado a las bestias, se acercó a él. Reverte, sin embargo, presintió algo; era un caballo muy inteligente, pero fue su instinto, o tal vez su fino olfato, el que le advirtió que aquella paloma no era lo que parecía. Relinchó con fuerza, mientras Benjamín le hacía señas de apaciguamiento con las manos, y continuaba su marcha hacia la falsa paloma herida. Apenas le quedaban dos yardas para llegar al supuesto animal herido cuando Reverte, lanzado a un furioso galope, casi lo arrolla al lanzarse sobre la paloma. Carroña graznó y se transformó de inmediato en el grotesco buitre gigante que era; eludió en el último instante la acometida del caballo y se lanzó contra Benjamín, que tuvo tiempo, gracias a la valiente intervención de Reverte, de alcanzar su escudo y protegerse con él de las garras de Carroña. Justo a tiempo, porque el buitre se lanzaba sobre el joven príncipe en el momento en que éste interponía entre ambos su fuerte escudo, que resonó horriblemente cuando Carroña lo golpeó con sus enormes garras afiladas. Benjamín se afirmó sobre el terreno y se lanzó hacia delante, empujando al buitre con el escudo, hasta que la bestia no tuvo más remedio que levantar el vuelo para no ser aplastado contra el suelo, como era la intención del muchacho.

Ya en el aire, graznó perversamente, y se alejó hacia el horizonte, camino del Castillo Negro. A Milona no le iba a gustar nada aquello.

Benjamín retomó a su caballo, aún asustado por lo que había ocurrido. Estaba sudoroso, espantado de la bestia que había intuido podía ser la perdición de su amo. El joven lo calmó y lo llevó de la brida durante un rato, acariciándole el cuello y el lomo. Reverte lo había salvado de una muerte cierta. Tras ellos, a muy corta distancia, como por arte de magia, una brasa ardiendo y un cuenco medio lleno de agua los seguían.

Capítulo 6 – Los Siete Poderes

Muralla del castillo

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Foto Flickr «Buitre sobrevolando»: Javier R. Linera