Jorge Luis Borges

Empieza
por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto,
no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso
que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el
fin. En el caso de un poema, no: es una idea más general, y a veces
ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y luego ya
intervengo yo, y quizá se echa todo a perder. En el caso de un cuento,
por ejemplo, bueno, yo conozco el principio, el punto de partida, conozco
el fin, conozco la meta. Pero luego tengo que descubrir, mediante mis muy
limitados medios, qué sucede entre el principio y el fin. Y luego
hay otros problemas a resolver; por ejemplo, si conviene que el hecho sea
contado en primera persona o en tercera persona. Luego, hay que buscar
la época; ahora, en cuanto a mí eso es una solución
personal mía, creo que para mí lo más cómodo
viene a ser la última década del siglo XIX. Elijo si se
trata de un cuento porteño, lugares de las orillas, digamos,
de Palermo, digamos de Barracas, de Turdera. Y la fecha, digamos 1899,
el año de mi nacimiento, por ejemplo. Porque ¿quién
puede saber, exactamente, cómo hablaban aquellos orilleros muertos?:
nadie. Es decir, que yo puedo proceder con comodidad. En cambio, si un
escritor elige un tema contemporáneo, entonces ya el lector se convierte
en un inspector y resuelve: "No, en tal barrio no se habla así,
la gente de tal clase no usaría tal o cual expresión."
El escritor prevé
todo esto y se siente trabado. En cambio, yo elijo una época un
poco lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo
fantasear o falsificar, incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé
cuenta, y sobre todo, sin que yo mismo me dé cuenta, ya que es necesario
que el escritor que escribe una fábula por fantástica
que sea crea, por el momento, en la realidad de la fábula.
[Jorge Luis Borges, Cómo
nace un texto (fragmento)].
Un emperador
mogol en el siglo XIII sueña un palacio y lo edifica conforme a
la visión; en el siglo XVIII un poeta inglés que no pudo
saber que esa fábrica se derivó de un sueño, sueña
un poema sobre el palacio. Confrontadas con esta simetría, que trabaja
con almas de hombres que duermen y abarca continentes y siglos, nada o
muy poco son, me parece, las levitaciones, resurrecciones y apariciones
de los libros piadosos.
[Jorge Luis Borges, conclusión
de El sueño de Coleridge]
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