Evolución del poeta
[Capítulo
dedicado a Pablo Neruda en el Volumen 9 de Historia de
la Literatura Universal (Martín de Riquer y J.M.
Valverde), por José María Valverde © 1986 José María
Valverde y Editorial Planeta]

Ricardo Eliecer Neftalí Reyes
Basoalto, que tomó del checo Jan Neruda el apellido del
pseudónimo que le sirvió para ocultar a su padre sus
precoces actividades poéticas -sólo desde 1946 se
llamó oficialmente "Pablo Neruda"-, nació en
1904 en Parral, en el lluvioso y frío sur de Chile, y se
crió en el centro provincial, Temuco, donde su padre,
enviudado, se casó con la que el poeta recordaría
cariñosamente en el Memorial de Isla Negra
con el chilenismo de "mamadre". Las más claras
estampas de la niñez del poeta están en La
frontera, de Yo soy,
final del Canto general;
Mi infancia son
zapatos mojados, troncos rotos
caídos en la selva,
devorados por lianas
y escarabajos, dulces
días sobre la avena,
y la barba dorada de mi
padre saliendo
hacia la majestad de los
ferrocarriles.
El padre, maquinista de un tren
de reparaciones, sería recordado también como el que
llevaría al niño el primer hálito de la lucha con la
miseria, algún día raíz de la poesía social de
Neruda, en La casa, de Yo
soy:
...Es mi padre.
Lo rodean los
centuriones del camino:
ferroviarios envueltos
en sus mantas mojadas...
y hasta mí, de los
seres, como una separada
barrera, en que vivían
los dolores,
llegaron las congojas,
las ceñudas
cicatrices, los hombres
sin dinero,
la garra mineral de la
pobreza.
Pero
Neruda sólo sería poeta político desde 1936: al
principio, estudiante en Santiago, era un lírico de
precoz brillantez, en hábil posmodernismo, estrenado en Crepusculario
(1920-1923), donde, al lado de versos baratos, está el
germinal Maestranzas de noche. Luego
Neruda se lanzó a un vasto poema metafísico, bajo el
influjo de Carlos Sábat Ercasty, a quien le pareció
excesivo ese eco: Neruda guardó el poema, publicando
sólo después unos fragmentos suyos como El
hondero entusiasta. En 1924 lanzó su gran
éxito, Veinte poemas de amor y una canción
desesperada, del que cuando escribimos se han
vendido dos o tres millones de ejemplares, como libro
necesario de toda adolescencia lírica hispánica. Allí
la pasión sabe ponerse en imágenes nítidas, incluso
alguna vez con un tono irónico de excesivo saber
literario, como en el poema 20:
Puedo escribir los
versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo:
"La noche está estrellada,
y tititan, azules, los
astros, a lo lejos"....
Luego insiste en la ambición
dantesca del gran poema total, en Tentativa del
hombre infinito (1925), nueva versión del Hondero,
en lenguaje más vanguardista, y pasa a la prosa para
publicar un curioso relato, El habitante y su
esperanza (1926), y unas prosas líricas,
alternando con Tomás Lago, Anillos
(1926).
Pero por
entonces Nerudase vuelve hacia lo sombrío, hacia lo
amenazadoramente informe, entre acumulaciones de objetos
e imágenes que no cuentan por sí mismos, sino en
representaciones de lo funesto, pudiendo, por tanto, ser
remplazados por otros elementos análogos (Significa
sombras se titula uno de los más típicos
poemas de esa época). Quizá cabe hablar aquí de
surrealismo, pero de un surrealismo utilizado
instrumentalmente, sin perder el control consciente del
conjunto del poema. Estamos en el período que se
reunirá en Residencia en la tierra:
en 1926 ya se han publicado en revistas poemas como Serenata,
Galope muerto, Madrigal
escrito en invierno, que, unidos a otros del
primer volumen de Residencia (1933),
como Alianza (Sonata),
Caballo de los sueños, Sabor,
Colección nocturna, Diurno
doliente, Sistema sombrío,
Sonata y destrucciones y Significa
sombras, mediante un amontonamiento de
sugerencias vagamente homogéneas, producen un clima
anímico sombrío y amenazador, sin contenido definido.
En cambio, otros poemas hablan con claridad de un tema, a
veces nítidamente evidente, aunque haya elementos sin
explicación lógica; por ejemplo, en Débil
del alba, el baudelairiano amanecer como
tristeza:
El día de los
desventurados, el día pálido se asoma
con un desgarrador olor
frío, con sus fuerzas en gris...
Alguna vez hay una estampa
exacta, capaz de recordar al Rilke más óptico -Neruda,
en 1926, tradujo algunos fragmentos de Malte
a través del francés de Gide-: buen ejemplo de esto
sería Ausencia de Joaquín, con la
sensación directa de la caída de un cuerpo en el mar. Y
esa misma intensidad expresiva se puede aplicar a un
clima anímico de tristeza o miedo sin contenido concreto
-así, en ese primer volumen, Lamento lento,
y, sobre todo, Trabajo frío, donde
el tiempo y el espacio mismos se vuelven algo
inquietante, el ser hecho dolor:
Dime, del tiempo,
resonando
en tu esfera parcial y
dulce,
no oyes acaso el sordo
gemido?
Cuando
estaba Neruda en esa línea de "descenso a los
infiernos" obtuvo un cargo consular -muy mal pagado-
en Rangún (Birmania), al que llegó pasando por España,
donde estableció enlace con Rafael Alberti. Su
experiencia asiática, hasta 1932, fue cruel: en
especial, privado de hablar su lengua, llegó a temer
perderla (una vez pidió a Alberti que le enviara un
diccionario, como un salvavidas). Parece, en efecto, como
si entonces el lenguaje nerudiano -no sólo por ese
aislamiento, sino por su propio camino poético- muriera
y resucitara habiendo perdido la memoria de lo que no
fuera el estricto significado central de cada palabra; es
decir, sin su aspecto social, sin la fisonomía cultural
y tradicional que determina que una palabra esté o no
bien usada, aparte de su definición. Por eso se producen
ciertas aproximaciones torpes, pero expresivas, como de
extranjero que recuerda sólo vagamente las palabras.
Así, en el poema antes aludido, cuando dice:
Alrededor, de
infinito modo,
en propaganda
interminable,
de hocico armado y
definido,
el espacio hierve y se
puebla.
En el segundo verso,
"propaganda" parece un error en ver de
"propagación", y, sin embargo, resulta un
acierto en cuanto efecto deliberado de
"extrañamiento". y en el Ritual de
mis piernas:
Bueno, mis rodillas,
como nudos,
particulares,
funcionarios, evidentes,
"funcionarios"
sustituye al lógico "funcionales", pero aporta
toda una vena propia de expresión.
En esa
"temporada en el infierno" asiático, aunque el
poeta gozara y pintara la naturaleza o el erotismo
tropical -Monzón de mayo, Ángela
adónica-, la dolorosa y repugnante vida
multitudinaria de esos países se le hizo una verdadera
pesadilla -aparte de un terrible amor en Rangún, Josie
Bliss, cuyos celos pusieron en peligro su vida -véase Tango
del viudo-. Pero se salvó Neruda al ser
trasladado a Colombo (Ceilán, hoy Sri Lanka), donde
escribió, entre otros poemas, el gran Ritual
de mis piernas. En 1933 está de vuelta en
Santiago y publica Residencia en la tierra,
luego llamada Primera residencia,
pues en 1935 hay un segundo volumen en la edición de
Madrid. A Madrid llega Neruda tras encontrar a Lorca en
Buenos Aires: la poesía de Neruda ya era muy conocida
por los poetas de 1927, a través de Alberti, que iba
recibiendo desde Asia copias de sus poemas. Según cuenta
Neruda, cuando Lorca le oía leer versos, se tapaba los
oídos cómicamente y decía: "¡Para! ¡Para! ¡No
sigas leyendo, que me influencias!". En Madrid
escribió Neruda su Oda a Federico García
Lorca, el "naranjo enlutado", con
oscuros presagios trágicos: antes, en Buenos Aires, los
dos habían compuesto juntos un cuaderno, con dibujos de
Lorca, el último de los cuales representaba las cabezas,
cortadas y sangrantes, de ambos poetas. En Madrid, Neruda
asumió una suerte de presidencia honoraria de aquella
generación española, que en 1935 publicó un libro
Homenaje a Pablo Neruda y le aceptó como director de la
revista Caballo verde para la poesía.
También publicó selecciones de Quevedo y Villamediana
-a éste le consagró el poema El desenterrado-.
En lo
personal, en 1934 nace una hija suya, que muere pocos
años después, víctima de defectos congénitos -clave,
sin duda, de poemas como Melancolía en las
familias y Enfermedades en mi casa-.
También entonces inicia Neruda su relación con la
pintora argentina Delia del Carril: en 1936 se separaría
de su esposa holandesa de Java.
La Segunda
residencia, como se la suele llamar, conserva
la voz de la primera, pero con más hermetismo y
tiniebla. Ahora aparecen visiones acumulativas de la vida
de la gran ciudad -Walking around y Desespediente-,
acentuando su recurso típico de amontonamiento de
elementos, cada uno de los cuales podría ser sustituido
por otro vagamente análogo, creando una atmósfera
anímica. Y los poemas más oscuros superan en oscuros y
lúgubres a los del primer volumen -Un día
sobresale, Barcarola, El
reloj caído en el mar, No hay
olvido (Sonata)-. Esa técnica de
acumulación, si a veces peligra volverse retórica
maquinal, permite algún acierto memorable, como Vuelve
el otoño y, en otra dirección, los Tres
cantos materiales (a la madera, al apio y al
vino).
"Tercera residencia" y
"Canto general": el poeta político
Esta veta lírica se hace más sobria y hermética -a
veces, inaccesible- en otros versos escritos tras la Segunda
residencia, especialmente en un poema largo, Las
furias y las penas; pero, de repente, esa
línea, que aparecerá en 1947 como parte inicial de una
Tercera residencia, da un viraje radical -desde 1936-.
Entonces, en efecto, empieza la guerra en España, y
Neruda toma partido, en el Madrid bombardeado -lo cual
hace que su gobierno le destituya del cargo de cónsul,
donde, por cierto, estaba a las órdenes de la embajadora
Gabriela Mistral-. Surgen ahora los poemas de España en
el corazón, con un cambio completo de temática, que
justifica en Explico algunas cosas:
Preguntaréis: Y
dónde están las lilas?
Y la metafísica
cubierta de amapolas?
Y la lluvia que a menudo
golpeaba
sus palabras
llenándolas
de agujeros y pájaros?
Os voy a contar todo lo
que me pasa.
Yo vivía en un barrio
de Madrid, con campanas,
con relojes, con
árboles...
En los poemas de España
en el corazón hay ya la misma alternacia que
se encuentra luego en el Canto general,
entre el insulto panfletario y la tensa elevación
contemplativa; así en Cómo era España:
Era España tirante y
seca, diurno
tambor de son opaco,
llanura y nido de
águilas, silencio
deazotada intemperie.
Cómo, hasta el llanto,
hasta el alma
amo tu duro suelo, tu
pan pobre...
Neruda va a París, donde trabaja con César Vallejo en
un comi8té de ayuda a la República, y luego vuelve a
Chile, donde actúa en la campaña del candidato
presidencial del Frente popular, Pedro Aguirre Cerda. Al
triunfar éste, Neruda vuelve a ser cónsul, pero ahora
en París en 1939, para recoger refugiados republicanos
españoles -en el famoso barco Winnipeg-. De 1940 a 1943
es cón sul en México, en cuyas calles se pegan
los carteles de su Nuevo canto de amor a
Stalingrado. Ahora es cada vez más capaz de
ver los problemas de la propia hispanoamérica: primero,
en términos algo retóricos e históricos -Un
canto a Bolívar-, y, después, en gradual
aproximación a las realidades sociales. Luego, en Memorial
de Isla Negra, diría que su experiencia de la
guerra española le había abierto los ojos para mirar la
dolorosa verdad de sus propias tierras -en el poema Tal
vez cambié desde entonces-. Neruda empieza
por volver a mirar su propio país, escribiendo poemas
como la Oda de invierno al río Mapocho,
pero seguramente a partir de Himno y regreso
(1939) es cuando empieza a tener la idea de un vasto
poema que abarque no ya su país, sino toda su América:
el Canto general.
Acaso el
problema central de la poética nerudiana se resuma en el
hecho, un tanto paradójico, de que para construir su
gran poema social, político e histórico empiece -sin
acabar nunca- por hablar de lo menos humano, de la
naturalez, de la geología, de los mares, de los ríos,
de las plantas y los pájaros, y, después, del pasado
histórico; y que, en cambio -como reconocería el mismo
Neruda años después-, nunca llegue a hablar de lo que
es hoy una clave social de Hispanoamérica, esto es, las
grandes, desmesuradas ciudades. Leyendo el Canto general,
sólo se hacen visibles, sobre el tremendo paisaje y
sobre las imágenes de las viejas razas, los
conquistadores y los libertadores, algunas dispersas
figuras actuales de campesinos, mineros y luchadores
heroicos, así como los grandes figurones de los tiranos
políticos; pero no se ve que uno de los aspectos del
sufrimiento social de Hispanoamérica consista en tener
hinchadas metrópolis en medio de enormes extensiones
casi vacías.
Eso no
invalida el sentido social y político del Canto
general, sino que invita a leerlo como obra de
un poeta lírico e individualista "adherido"
tardíamente a una causa de ética colectiva a la que su
carácter y sensibilidad no le habían llevado
espontáneamente desde el principio. No hay falta de
sinceridad: tal vez el supremo valor del Neruda
"comprometido" esté en su esfuerzo por
sacrificarse poniendo al servicio de un ideal común esa
voz suya que, en el fondo, nunca deja de ser la de un
solitario contemplador de un mundo casi vacío, en
escalofrío del alma bajo sacudidas atmosféricas; casi
un egoísta pintor verbal.
En 1945,
regresado de México, Neruda fue elgido senador
-"senador Reyes"- por las provincias mineras
del Norte: unos meses después se hizo miembro del
Partido comunista chileno. En 1946 -ya se llama
legalmente "Pablo Neruda"- actúa a favor de
González Videla, quien fue elegido presidente por una
coalición de centro-izquierda. Por entonces publica su Tercera
residencia y, en revistas, Alturas
de Machu Picchu, del Canto general en
gestación. En 1948 González Videla, ya en la coyuntura
de la "guerra fría", ataca al ala izquierda de
los que le habían elegido, y da orden de detener a
Neruda, quien se esconde en el campo durante un año
-escribiendo el Canto general-, y
luego, evadido a través de varios países, llega a
México, donde publica en 1950 su Canto general,
saludado como un gran acontecimiento.
El Canto
general debe apreciarse en su vasta integridad
-más de quinientas páginas de letra pequeña, en la
primera edición-: sería un malentendido antologizar sus
"bellezas" dejando los trozos de baja tensión
poética, los insultos triviales a personajes ya
olvidados, así como ciertos repasos a la historia, a
veces superficiales, y a veces incluso opuestos a
cualquier óptica de izquierda: todo eso forma parte del
sentido de la unidad de la obra. Esbocemos un rápido
índice de sus quince partes. La primera, La
lámpara en la tierra, es el gran escenario
natural americano, hasta las razas aborígenes. La
segunda es el famoso y largo poema Alturas de
Machu Picchu, donde, con la técnica
acumulativa de Residencia, la
misteriosa ciudadela preincaica aparece como símbolo del
principio de la Indoamérica, dando sentido al errar del
poeta entre la civilización urbana, ahora en contacto
con el viejo dolor de aquellos indios:
Mostradme vuestra
sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui
castigado,
porque la joya no
brilló o la tierra
no entregó a tiempo la
piedra o el grano...
Yo vengo a hablar por
vuestra boca muerta.
La tercera parte describe, en
tono de ataque, a Los conquistadores,
alguna vez creando también sugestivos mitos o dando
tonos positivos -Descubridores de Chile,
Ercilla, El corazón
magallánico-:
La luz vino a pesar
de los puñales.
En la parte IV aparecen Los
libertadores; tras empezar con la víctima
Cuauhtémoc, sigue con el padre Las Casas, y después
logra algunas de las mejores estampas del libro, como Guayaquil
(1823), pintura sin palabras de la entrevista
Bolívar-San Martín, en que fracasó el sueño de la
unidad sudamerocana: una épica posible desde una voz
lírica actual. Forzosamente más superficial ha de ser
la siguiente parte -La arena traicionada-,
de ataques a los opresores del siglo pasado y del
presente. Tras eso, como charnel en que gira el libro, América,
no invoco tu nombre en vano es una serie de
breves estampas dispersas, de paisajes y tipos humanos,
como introducción hacia la parte más actual del libro,
que se abre con el Canto general de Chile,
germen de todo el libro y resumen suyo en menor escala.
Allí hay visiones de la naturaleza y emoción personal
de recuerdo -. Quiero volver al Sur-,
descripciones de artesanías, inundaciones, terremotos e
innumerables plantas, cartas a amigos, alguna bella
estampa suelta, como Jinete en la lluvia,
para acabar con la aludida Oda al río Mapocho,
que seguramente fue la primera del libro.
La siguiente
parte es La tierra se llama Juan:
una galería de retratos de trabajadores, sobre todo
mineros chilenos, en su propio lenguaje. Por contraste,
luego viene la gran imprecación a Estados Unidos,
apelando a su lado moral contra su lado explotador: Que
despierte el leñador, y el leñador sería
Lincoln, imagen de rectitud moral. Más personal es la
siguiente parte -El fugitivo-, en
que el poeta cuenta su huida ante la orden de detención
de Videla; luego -Las flores de Punitaqui-
pinta la vida de los pobres y su oscura lucha. Los ríos
del canto, después, se compone de cartas a amigos
escritores, vivos y muertos, a veces con un tono de
sereno humor que reaparecerá mucho en el Neruda
posterior. Después Neruda escribe su Coral de
Año Nuevo para la patria en tinieblas, como
carta lejana a su país, y a continuación, de ojos
afuera, añade todo un libro -El gran Océano-
de pura contemplación marina, sin apenas huellas humanas
de antiguas razas. Aunque quizá menos atractiva, esta
parte viene bien para pasar al final autobiográfico: Yo
soy, de que ya citábamos versos al principio,
y que podríamos proponer como aquello con que un lector
nuevo empezaría mejor a leer a Neruda. Buen final éste:
no una gran proclama, sino las memorias del poeta,
pasando de la magia de la niñez y el trance lírico
juvenil al servicio comunitario, que -tras la ira- le
deja una mirada más tranquila y clara, abierta al final
de su vida.
El Neruda posterior al
"Canto general"
Después del resonante Canto general,
Neruda viaja -Italia, URSS, China-, escribiendo
poemas-crónicas, algo convencionales al lado de su
reciente monumento -Las uvas y el viento,
etc.-. En el resto de su vieda -poco más de veinte
años- publicará casi el triple de lo publicado en los
treinta anteriores -para no hablar ahora de lo póstumo-:
ya vive en "olor de multitud", e incluso se
permite alguna leve frivolidad fuera de su compromiso
político. En el sucesivo y excesivo catálogo nerudiano
habrá algún libro trivial, como Los versos
del capitán , bajo transparente anónimo,
dedicado a su nueva compañera, Matilde Urrutia. Luego,
por invitación de Miguel Otero Silva, en Caracas, crea
una "columna" periodística y poética, las Odas
elementales (1954), cuyos versos
endecasílabos y heptasílabos se fragmentan a veces para
ocupar mejor su franja tipográfica. Esta serie se
extiende hasta cuatro libros con Nuevas odas
elementales (1956), Tercer libro de
odas (1957) y Navegaciones y
regresos (1959). En este último, algunos
poemas se salen del formato, entre ellos uno de los
mejores de toda la vida de Neruda, El Barco:
Pero si ya pagamos
nuestros pasajes en este mundo,
por qué, pro qué no
nos dejan sentarnos y comer?
De esas numerosísimas odas
-a veces, casi humorísticas-, son de recordar no pocas -Oda
a la alcachofa, Oda al diccionario,
Oda a un gran atún en el mercado,
etc.-; pero, en conjunto, quizá valgan más como un
vasto borrador para Estravagario
(1958), uno de los grandes libros de neruda, sin duda el
más válido después del Canto general.
Aquí el poeta parece hacerse un poco el tonto, y,
olvidado de grandes cuestiones, mirar las cosas con
socarrona ignorancia. Para elegir un solo ejemplo,
tomaríamos Demasiados nombres, cuyo
indolente ademán cala por debajo del lenguaje
mismo:
...y todos los
nombres del día
los borra el agua de la
noche.
Dejando
para el olvido los Cien sonetos de amor
(1959), anotemos un cambio de tono en Canción
de gesta (1960), homenaje a la triunfante
revolución de Fidel Castro en Cuba, en solemne
endecasílabo asonante, como las Odas seculares
de Lugones. En 1961 sale un libro Cantos
ceremoniales, con algunos poemas memorables;
por ejemplo, El sobrino de Occidente,
donde recuerda el descubrimiento de la lectura en su
niñez, o una de sus piezas capitales, en varias partes: Fin
de fiesta. Aquí el poeta, frente a su gran
mar, piensa en el acabamiento de su vida, y, después de
repasarla, se entrega a ser absorbido en el tiempo y en
el mundo. Empezando por la pobreza de la niñez -pobreza
propia y ajena-, el poeta se ve llegado a la soledad en
su tierra, dispuesto al fin:
...por eso cuando vi
lo que ya había visto
y toqué tierra y lodo,
piedra y espuma mía,
seres que reconocen mis
pasos, mi palabra,
plantas ensortijadas que
besaban mi boca,
dije: "Aquí
estoy", me desnudé en la luz,
dejé caer las manos en
el mar,
y cuando todo estaba
transparente,
bajo la tierra, me
quedé tranquilo.
podría creerse que la obra
de Neruda ya estaba acabada, pero entonces emprende una
vasta autobiografía poética en cinco volúmenes: Memorial
de Isla Negra (desde 1964). En este tercer
ciclo hay una calidad de absoluta madurez vital, a veces
fría e informativa, capaz de dar nueva originalidad a
motivos a veces ya aparecidos en otros libros. Todavía
habrá otros libros: alguno, teatral, como Fulgor
y muerte de Joaquin Murieta; otros, más bien
decorativos, como Comiendo en Hungría,
en colaboración con Miguel Ángel Asturias, Arte
de pájaros y La casa en la arena;
alguno, monográfico, como Las manos en el día,
otro, a modo de síntesis de sus anteriores
autobiografías, como Aún, etc.
Caso peculiar es el de Fin de mundo
(1969), una vasta visión del universo en complejo
panorama frente al acabamiento del milenio, donde las
esperanzas revolucionarias no llegan a introducir
coherencia.
Neruda murió
en setiembre de 1973, unos días después que el
presidente Allende, a cuyo servicio había sido embajador
en París: volvió a Chile ya enfermo, a tiempo de hallar
su "muerte propia" en ese momento histórico
tantrágicamente significativo. Después se han publicado
numerosos libros de Neruda, que no añaden nada especial:
gran éxito ha tenido su esbozo de autobiografía en
prosa Confieso que he vivido; pero,
generalmente, se puede ver que esos mismos temas quedaban
mejor en su versión poética -lo que ocurre también con
otras prosas, Para nacer he nacido-.
Neruda queda no sólo como poeta, sino incluso, si se
quiere, como tres grandes poetas sucesivos, con
divisorias en las fechas de 1936 y 1950. Pero por
supuesto que su lectura unitaria y sucesiva le engrandece
más, a pesar de que su evolución haya tenido no poco de
sorprendente.
[José María Valverde, Historia
de la Literatura Universal, Tomo 9, pp 402-410.
Editorial Planeta, s.a., 1986. Barcelona.]
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