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Reverte jadeaba casi reventado por la carrera. Benjamín padecía tanto como su corcel, al que quería como un hermano animal, pero tenía que llegar hasta el séptimo amuleto cuanto antes: el futuro de su pueblo, la propia supervivencia de su familia, dependía de ello.

Corazón de piedra

Capítulo 12 – Los Siete Poderes

Pronto quedó atrás el amado paisaje verde de su tierra para encontrar otro de aquellos páramos que cobijaba a los siete amuletos, una calva arenosa en la que debía estar el talismán señalado en el mapa con una flecha. Se detuvo al punto, imaginando dónde estaría esta vez el amuleto; de repente, un rayo surgido de la espesa capa de nubes derribó a Reverte, que cayó a un lado y arrastró a su jinete con él. Benjamín, ágilmente, consiguió rodar para no ser aplastado por el cuerpo inerte del caballo; tomó su escudo y la lanza y se preparó a recibir el ataque. Pero un nuevo y demoledor rayo le arrancó la lanza de la mano, provocándole una ligera herida. Protegido sólo con el pequeño escudo que portaba, con los seis amuletos danzando fantasmagóricamente tras él, a una yarda escasa, Benjamín vio surgir de entre la diabólica capa de nubes negras como la pez la horrible figura de Milona, con los ojos inyectados en sangre.

Gracias, imbécil, por conseguir para mí seis de los Siete Poderes y por traerme hasta el Séptimo. Tus servicios te serán agradecidos… así… ja, ja, ja— y levantando las manos, lanzó una bola de fuego contra el muchacho, que vio aterrado como un infierno llameante se le venía encima.

Casi sin darse cuenta, de sus labios surgió una frase.

No soy, no estoy, me voy.

Y el chico desapareció. La bola de fuego se estrelló instantáneamente donde un momento antes estaba el joven príncipe, y Milona estalló en una carcajada siniestra, que hizo levantar el vuelo a las pocas aves que aún quedaban en el entorno.

¡Buen viaje al infierno, estúpido mocoso!—Miró un instante hacia donde se encontraba la fortaleza, a varias leguas de distancia.—Pero el séptimo amuleto puede esperar. Van a dar las tres y tengo que hacer un recado… Ja, ja, ja.

La risa de Milona atronó el espacio y la capa de nubes se hizo aún más espesa; casi era de noche, y sin embargo aún no eran las tres de la tarde. En el pedregal quedó, inerte, el caballo de Benjamín, mientras la bruja montaba en la nube más negra del cielo y se dirigía, rápida como el viento, hacia Madrona.

El joven príncipe apareció a una legua de distancia, como le predijo Blasco cuando le confió el secreto de la frase mágica de la desaparición. Se orientó hacia donde caía el pedregal y corrió hacia allí. No tenía otra elección que intentar conseguir el séptimo amuleto, ahora que, al menos, tendría de su parte el efecto sorpresa, pues su desaparición había tenido lugar un instante antes de que la bola de fuego calcinara el suelo bajo sus pies, por lo que Milona lo debía creer achicharrado y muerto. Los veloces pies del joven pronto lo llevaron hasta el páramo. Se detuvo un momento, pero se dio cuenta enseguida de que Milona partía hacia el horizonte en una nube. Se aproximó a Reverte, caído en el suelo, e intuyó que había llegado el fin de su fiel rocín. Una lágrima le descendió, ardiente, por la mejilla, pero, haciendo un esfuerzo extraordinario, se obligó a intentar conseguir el séptimo amuleto. Aún no estaba todo perdido.

Cerró los ojos, aún anegados en lágrimas, se concentró en la imagen de la flecha y ésta apareció, como era ya costumbre. Estaba encastrada en la piedra por su parte puntiaguda; Benjamín quería pensar con rapidez, pero no se le ocurría nada. Se acercó a la flecha todo lo que pudo, para ver si había alguna inscripción en la roca, como en otras ocasiones. Pero lo único que había, curiosamente, era un corazón toscamente grabado en la piedra, justo en el lugar donde estaba clavada la saeta. ¿Qué significaba aquello? ¿Cómo podría obtener el último amuleto? Toda la tensión de aquellas casi veinticuatro horas se le vino encima, con la muerte de su caballo y la más que segura destrucción de Madrona, el asesinato de su familia y la esclavitud de su pueblo. ¡Y él no había podido completar su trabajo!

Benjamín no pudo contener el llanto. Tal y como estaba, prácticamente encima de la piedra de la flecha, copiosas lágrimas corrieron por las ardientes mejillas, alcanzando pronto la roca y su unión con la flecha encastrada. De repente, cesaron los ruidos naturales y la saeta se desprendió de su lugar. Benjamín se echó a un lado, sorprendido por aquella novedad. ¿Cómo había conseguido obtener el séptimo amuleto? Se dio cuenta de que la punta de la flecha aún goteaba de sus lágrimas, y que la roca estaba húmeda. Así que ésa era la clave: el corazón, el sentimiento, la emoción era la clave, en este caso involuntaria, para conseguir el amuleto. La flecha alcanzó la altura de una yarda, y la voz sonó como un trueno, más fuerte que nunca:

Quien ha conseguido todos los amuletos dispondrá de los Siete Poderes, pero con una condición: no podrá hacer uso de más de un Poder al mismo tiempo, sino que habrán de ser usados de uno en uno, y sólo en una ocasión. Una vez utilizado, el Poder quedará inactivo.

Los siete amuletos formaron un círculo alrededor de Benjamín; comenzaron a girar cada vez a más velocidad, al tiempo que surgía de ellos un tornado de luz que crecía hacia el cielo. Hendió la gruesa capa de nubes, que explotó como si fueran fuegos artificiales. Pronto el firmamento quedó despejado, y la luz del sol volvió a bañar la tierra.

Benjamín se dio cuenta de que ya eran las tres, dada la posición del astro rey. Pero era imposible que llegara a Madrona sin caballo antes de evitar que la bruja la rindiera o la destruyera. Sin embargo, ¿no dijo la voz que cuando hubiera reunido los siete poderes ya podría usarlos? Pues éste era un momento ideal para utilizar uno de ellos, aunque no sabía cómo. Pensó que el más idóneo era el Poder de la Velocidad. De inmediato, como obedeciendo a su mente, la flecha se separó del grupo de los amuletos y se colocó en su mano. Benjamín, automáticamente, comenzó a correr, pero a la velocidad de una flecha. Pasaban los campos y las montañas vertiginosamente a su lado, como si fuera realmente montado en una flecha. Sus piernas se agitaban a una velocidad extraordinaria, pero no se encontraba en absoluto cansado. No habían pasado más de diez segundos cuando avistó Madrona. Aunque no sabía muy bien cómo detenerse, pensó en ello e, instantáneamente, se paró en seco. Estaba claro que los Poderes se activaban y desactivaban con simples órdenes mentales, lo cual era ciertamente muy cómodo.

La situación que encontró no podía ser peor. Milona, sobre la nube negra que le servía de transporte, lanzaba continuas ráfagas de rayos y de bolas de fuego contra la fortaleza, que acusaba ya los impactos de tan desigual combate: parte de las almenas estaban derribadas, y en los muros se abrían grandes agujeros. Milona había reiterado su ultimátum, pero Cleto, con el respaldo de sus hijos y de Blasco, había decidido resistir hasta el final, sobre todo porque el abuelo aún insistía en que tenía la intuición de que Benjamín llegaría a tiempo. Gran parte de los soldados de Madrona yacían heridos o muertos en la fortaleza. Las flechas que los supervivientes desesperadamente lanzaban contra la bruja no tenían efecto alguno, siendo desviadas por la maga con el poder de sus hechizos.

Capítulo 12 – Los Siete Poderes

Muralla del castillo

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Foto Flickr «Piedra de corazón»: Lorenalreves