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Los primeros rayos del sol, hacia las siete y media de la mañana, encontraron a Benjamín dormitando junto a las cenizas de la fogata, con Reverte ya despierto y piafando, intentando despertar a su amo con golpecitos de su hocico. Abrió los ojos el joven y sonrió a su corcel, su fiel amigo.

Rayas de sol bosque

Capítulo 9 – Los Siete Poderes

Recordó la pesadilla nocturna, aún entre el sueño y la realidad, hasta reafirmarse en que todo lo sucedido la noche anterior con el monstruoso buitre había ocurrido realmente. Para confirmarlo, allá a un lado, un informe saco de plumas rememoraba lo que en otro tiempo fue un diablo emplumado.

Montó Benjamín a su caballo y examinó el mapa. Ahora tocaba el turno al amuleto representado con un sombrero. ¿Qué clase de poder otorgaría este singular elemento? Hasta ahora los conseguidos eran más o menos claros: Fuego, Agua, Acero, todos ellos podían ser elementos mágicos de ataque o defensa contra enemigos. Pero, ¿y aquel sombrero? No lo sabría hasta que no consiguiera arrancarlo, con astucia, de la peña en la que todos y cada uno de los amuletos se fijaban. Cabalgó ahora hacia el Este, como señalaba el mapa, con el sol de frente, todavía poco alto en el cielo en aquellas horas del amanecer. Sobre la propia silla de Reverte devoró algunas provisiones, un poco de queso y fruta. Llevaba media hora alternando el trote con el galope cuando llegó al lugar donde, según el plano, debería estar el cuarto elemento. Nada, como es habitual, aparte del pedregal correspondiente. Repitió el rito de los ojos cerrados y la concentración en la imagen del amuleto, y allí estaba. Descabalgó mientras se preguntaba qué tendría que hacer esta vez. Era por la mañana y estaba relativamente despejado después de haber dormitado a ratos durante la noche, pero la capacidad imaginativa de Benjamín estaba ya dando pruebas de flaqueza.

Se acercó al amuleto, esperando que la visión cercana de aquel prodigioso objeto le iluminara. Era un sombrerito de fieltro, como los que usaban sus vasallos, de color verde, como solían portar los más jóvenes. Sobre su parte derecha estaba encajada una pluma de color rojo, que le daba un aire aún más juvenil. Pero, ¿cómo retirarlo de la peña? Por cierto, ¿había algo escrito en ella? Parecía que sí, justo al lado del sombrero había algunos signos, toscamente esculpidos, tal vez con la punta de un cuchillo, apenas legibles: se acercó lo más que pudo, apenas a cinco pulgadas de la inscripción. Parecían ser sólo dos signos, ambos muy extraños. Uno era una especie de rayita horizontal, y a su lado aparecía el tosco dibujo de una pesa de las que se usaban en el mercado para pesar las mercancías. Una raya y un peso… Aquél sí que era un enigma realmente extraño…

Recurrió a sus recuerdos de infancia, cuando su propio abuelo, con frecuencia, lo instruía en los signos cabalísticos y en todo tipo de simbología. El caso es que aquella rayita le sonaba mucho más familiar, era como… ¡Claro! Era el signo «menos», se utilizaba para restar cantidades, como aprendió muy de niño. ¡Qué bueno fue que su abuelo se empeñara en que conociera las ciencias matemáticas! En cuanto a la pesa, ¿qué podía querer decir? Si el primer signo era «menos» y el segundo era una «pesa», junto se leería «menos pesa». O bien… ¡Eso era! «Menos peso». Es decir, para conseguir el sombrero había que hacer que el sombrero tuviera menos peso. Pero, ¿cómo se podía conseguir tal cosa? El sombrero era de una sola pieza, sólo la pluma era de otro material… la pluma… Benjamín sonrió un momento mientras aguantaba la respiración. Con la mano derecha cogió la pluma y la separó del sombrero. Con la izquierda cogió éste y lo levantó de la piedra. De inmediato, ambos elementos tomaron fuerza propia y escaparon de las manos del chico. Se unieron de nuevo y, suspendidos a una yarda del suelo, hicieron callar todos los ruidos del entorno, como ya sabía Benjamín. Tronó la voz, ya conocida, siempre estremecedora:

–Quien me ha conseguido tendrá el Poder de la Invisibilidad si reúne los otros tres amuletos del Poder.

Así que eso era: nada menos que la Invisibilidad. Estaba claro que ésta portentosa capacidad se conseguiría al colocarse el sombrero en la cabeza, como era lógico. Ya tenía cuatro amuletos. El sombrero, con la pluma recuperada por medio de su magia, se había colocado ya junto a los otros tres, a una yarda de Benjamín, que se sintió reconfortado. Pero la posición del sol le hacía ver que debían ser sobre las diez de la mañana, y sólo le restaban cinco horas hasta las tres de la tarde, cuando Milona atacaría la fortaleza o exigiría la rendición total: tenía que darse prisa en conseguir los otros tres elementos.

Consultó el mapa: había de marchar ahora hacia el Oeste; montó a Reverte y lo espoleó ligeramente, lo suficiente para que el caballo comprendiera que había prisa, pero no tanto como para hacerle daño; el joven jamás se lo hacía, hubiera sido como herir a un hermano.

Capítulo 9 – Los Siete Poderes

Muralla del castillo

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Foto Flickr «Rayas de sol bosque»: Pinchof